CDMX, 27 de marzo del 2021.- Frente al riesgo de desaparición, el pueblo kiliwa opone su fuerza vital y su voluntad de permanencia, según quedó de manifiesto durante el conversatorio en línea “Kiliwas: voces y silencios” organizado esta semana por el Centro Cultural Tijuana, institución de la Secretaría de Cultura del Gobierno de México.

En la sesión, correspondiente a la conferencia mensual Iraís Piñón, la investigadora Eva Caccavari Garza, maestra en Antropología Social por la UNAM, charló con dos mujeres kiliwas, Alondra Arballo, maestra de educación primaria, y Teresa Haros Farlow, experta en herbolaria y medicina tradicional, sobre diversos tópicos de su comunidad, mientras el coordinador del Programa de Pueblos Originarios y Comunidades del Cecut, Oswaldo Cuadra, fungió como moderador.

Caccavari Garza, quien se internó en territorio kiliwa durante varios meses entre 2008 y 2009 para conocer de primera mano las condiciones de vida de esta población, aseguró que pronto descubrió preconcepciones erróneas en torno a dicha comunidad.

“En 2006 se había difundido a nivel nacional la noticia de que supuestamente los kiliwas habían hecho un pacto de muerte para desaparecer como grupo”, recordó la antropóloga al explicar que las investigaciones para su tesis de maestría, titulada “Los kiliwas y su pacto de vida”, no sólo planteaban un desmentido a aquella versión, sino que marcaron “el inicio de las relaciones de aprendizaje, trabajo y amistad con los kiliwas que para mí fortuna se ha extendido en el tiempo”.

A lo largo de su investigación, señaló la estudiosa, pudo convivir, compartir y participar en algunos de los esfuerzos de esta comunidad para mantener vivos los conocimientos heredados, sus lazos históricos y míticos con el territorio y sus antepasados, pero, sobre todo, sus señas de identidad para situarse en el presente como un pueblo vivo.

Se ha señalado con alarma que las lenguas de los pueblos cochimí, pa ipai, kumiai, cucapá y kiliwa se encuentran en muy alto riesgo de desaparición, pero han sido “las condiciones de vulnerabilidad económica y social en que viven esas comunidades las que impiden no sólo utilizar y transmitir su lengua, sino conservar otros conocimientos y prácticas culturales”, dijo.

La antropóloga precisó que actividades tradicionales que adoptan la forma de prácticas colectivas asociadas a patrones de subsistencia, como la cosecha de piñón y la colecta de miel, favorecen el uso común de la lengua materna y otras prácticas culturales entre los miembros de la comunidad.

En su experiencia, dijo, la principal amenaza contra los kiliwas proviene “de la imposición de modelos y criterios sedentarios con los que se ha buscado delimitar el territorio de los nativos peninsulares y sus formas de vida y cultura”.

Y si el proceso de sedentarización comenzó desde la época misional alcanzó su punto culminante con la aplicación de la reforma agraria a partir de los años 30 del siglo pasado, lo que terminó confinándolos en el Ejido Tribu Kiliwas, una pequeña porción de su territorio ancestral.

“En 1976, para proteger el territorio que aún conservaban, no les quedó más remedio que renunciar a su pretensión de ser una comunidad indígena y constituirse en ejido”, lo que ha reducido la actividad nómada que les caracterizaba como grupo y cada vez les resulta más difícil acceder a muchos lugares importantes de su territorio, aseguró la investigadora.

Advirtió que los kiliwas “no corresponden a la imagen estereotipada del nómada que muchos tenemos, pero al igual que el resto de los pueblos nativos son grupos que para vivir se siguen moviendo y con esto ponen en circulación muchos conocimientos y prácticas culturales”.

En su participación, Alondra Carballo rememoró su labor dentro de la comunidad kiliwa, donde se ha desempeñado como maestra de educación básica, labor que resulta muy satisfactoria, dijo, cuando se realiza con un sentido comunitario.

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